viernes, 25 de mayo de 2012

| Capítulo once. |

—¿Este es tu "baño"?—gritó Ricitos acercándose por detrás. Estaba claro que la había cagado pero bien. Pero vosotros estáis de testigo; yo no besé a Wolf, él me besó a mí. Me giré y vi a Ricitos con una cara de ira, rabia, dolor y decepción. Cosa normal, ya que acababa de besarme con mi ex novio. La cabeza me daba vueltas. Me senté en el suelo mientras Ricitos soltaba cosas muy bonitas por su boca en mitad del aeropuerto. Catnip y Pipita se dieron cuenta de que me estaba mareando y vinieron a mi lado. Dejé de oír los gritos, incluso me empecé a olvidar de qué estaba pasando, de dónde estaba. ¿Me estaba muriendo? No joder, qué cosas digo. Estaba aprendiendo lecciones importantes, aunque no me diese cuenta. Puede que a una persona le parezca una tontería algo, pero a otra persona ese algo le puede parecer lo más importante del mundo. Quizás eso sea lo que estaba pasando con Ricitos. O quizás no. Realmente no entendía aquella situación, ni siquiera sabía lo que sentía. Empecé a ausentarme hasta que todos se dieron cuenta de que no estaba en este mundo, de que me estaba yendo. Tirada en el suelo encima de las piernas de una chica rubia, así me recordaba. Todos se colocaron a mi alrededor, por fin se dieron cuenta de que me había caído, de que llevaba varios minutos que no sabía si estaba en la Tierra o en Marte. Alguien sacó un móvil, parecía que llamaban alterados. ¿Una ambulancia? No lo sabía. Quería levantarme pero las piernas no me reaccionaban. Los brazos tampoco. Los párpados bajaban sin poder hacer yo nada. Todo sucedió demasiado deprisa, supongo. El romperle el corazón a alguien tiene sus consecuencias, y si crees que no es así, ya está ahí el karma para demostrarte que no saldrás vivo de esa situación. Que tendrás tu castigo. Me estaban abanicando cuando la vista se volvió aún más  borrosa. Todo se volvía  de color negro. Y perdí el conocimiento.
Al despertar, observé dónde estaba. Creía que en el aeropuerto aún, pero no era así. El techo era blanco, al igual que las paredes. Tres ventanas y una mesa llena de flores y cartas. ¿Dónde estaba? Miré hacia el otro lado y vi que en una pantalla se reflejaban mis pulsaciones. A través de la ranura de la puerta vi a una enfermera. Estaba en un hospital. Distinguí a una chica rubia y a otra morena en las sillas, durmiendo. Necesitaba saber qué día era, qué hora era. No tenía cerca ningún reloj ni teléfono. Empecé a hacer ruidos como pude, para despertarlas. Al cabo de quince minutos, no me habían oído. Eché la cabeza hacia atrás, y vi que Ricitos entraba en la habitación. Sonrió al verme despierta y despertó a Catnip y a Pipita.
—¡Chicas! ¡Está despierta!—exclamó. Puse una cara algo rara, no sabía por qué tanto jaleo. Se acercaron a ambos lados de mi cama, y empezaron a hacerme preguntas.—¿Cómo estás?—preguntó primeramente Ricitos.
—Bien—contesté.—¿Qué ha pasado?
—Llevas dos días aquí, es la primera vez que te despiertas—dijo Pipita. ¿Dos días? ¿Llevaba ahí dos días sin despertarme? Imposible.
—¿Qué día es hoy?—pregunté atónita. 
—Hoy es 1 de Julio, Lydia—contestó Catnip. El avión salía el día 28 de Junio. Que caía en Lunes, así que ese día era...
—¿Jueves? ¿Hoy es Jueves? ¿Llevo aquí postrada desde el Lunes?—pregunté. Ricitos me miró algo confuso y asintió. Ya iba recordando. Me desmayé en el aeropuerto, cuando Ricitos me vio con...Wolf. Los ojos de Ricitos mostraban falta de sueño, mostraban dolor, incluso diría que los tenía hinchados. ¿Había estado llorando? ¿Por mí? No era absolutamente necesario. Al fin y al cabo, bueno...fue sólo un beso, ¿no?
—Me voy ya, cuando le den el alta, recordad llamadnos y venimos a recogeros—dijo Ricitos. Las chicas asintieron y cogió su chaqueta, dirección a la puerta. No podía irse. ¿Lo nuestro había terminado ya, o no? No se podía ir así, sin más. 
—¡Espera!—le grité. Se paró y me miró, serio.—No puedes irte...—dije. Le miré y apartó la vista. Las chicas me dieron un pequeño apretón de manos y salieron de la habitación. Ricitos tiró la chaqueta a la silla y se acercó a mí. 
—¿Por qué no puedo irme?—preguntó.—¿Qué me retiene aquí?
—Yo—contesté.—Acabo de despertarme y quiero...saber, si esto se ha acabado, si no se ha acabado. Quiero saber qué va a pasar cuando salga de aquí.
—Esperaba que esas preguntas me las respondieras tú—contestó. Reí irónicamente.
—¿Crees que he estado dos días excluida del mundo pensando en qué iba a pasar con nosotros? ¿Tú eres tonto?—pregunté. Sonreí. Rió. Era demasiado idiota para que fuera mayor que yo. 
—Era una de las posibilidades—contestó. Le miré frunciendo el ceño, y sonrió.—Ya hablaremos de todo eso cuando salgas. De momento, piensa solo en recuperarte.—Se acercó a mí y me dio un beso en la frente. Al separarse estábamos realmente juntos. Quizás si le besaba, se quedaría allí, conmigo... Pero llamaron a la puerta.
—¿Se puede?—preguntaron. Asentí cuando asomaron la cabeza y se me iluminó la cara de felicidad. Eran Andrea, Katy, María y Andy. Andrea y María eran hermanas. Todas eran vecinas mías. Hacía mucho tiempo que no las veía.
—¡Chicas!—grité felizmente. Ricitos se separó de la cama, no sin antes susurrarme: lo que iba a pasar hace unos segundos, no va a quedar ahí, hay que llevarlo acabo. Me sonrojé y le despedí con la mano. Las chicas le dijeron adiós, sin darse cuenta de que era famoso. Creo que finalmente no era la única que no lo conocía. 
Se sentaron allí y estuvieron hablando sobre qué había pasado por el barrio. Una parte de mí quería saber qué había pasado con Wolf, aunque sólo hubieran pasado dos días. Creed cuando digo, que Wolf puede dar cambios brutales en apenas horas. 
—Wolf...—empezó a decir Andrea—no te va a gustar el nuevo Wolf.—Le miré confusa y después miré a las demás. 
—Wolf ha cambiado mucho en poco tiempo, Skat—comentó Katy. Empecé a imaginarme mil historias, mil cosas que podría haber hecho. Raparse. Hacerse más tatuajes. Agrandar sus dilataciones. Quizás, volverse un chico aplicado, a lo Ricitos. Podría haber hecho demasiadas cosas.
—¿Qué pasa con él?—pregunté.—Por favor, decídmelo.
—Pertenece al grupo de Rev—contestó Al. ¿Al? ¿De dónde había salido Al? Miré hacia la puerta y vi a Mad Hatter, a Xerxes, a Ed y, finalmente a Al, asomados. Miré a las chicas y asintieron con la cabeza. ¿Rev y Wolf? ¿Juntos? ¿Amigos? Esto era una mala pesadilla. 
—¿Cómo que amigo de Rev?—grité.—¡¿Es que vosotros no podíais haberle negado eso?!—miré a Mad Hatter y negó con la cabeza.—Esas tenemos, ¿no?—todos me miraron. Miré mis muñecas.—Me voy a Nueva Jersey en cuanto salga de aquí. 
—¡No!—gritó Mad Hatter acercándose a la cama.—Esperábamos que tú hicieras entrar en razón a Wolf—dijo. Le miré incrédula, ¿realmente creía que podía convencer a Wolf de algo?
Los primeros meses de mi llegada al grupo, pasaba más tiempo con Wolf, ya que parecía que con él podía ser más yo que con los demás. Un día habíamos quedado, y fuimos al parque, a practicar con el skate. Estábamos solos, ya que todos los demás se habían quedado en casa ensayando algo, que ahora no recuerdo. Uno de los trucos que Wolf quería enseñarme, al intentar hacerlo, se caía. Lo intentó unas treinta veces, y todas se caía. Sugerí que quizás se estaba equivocando en algo. ¿Conocéis a alguien más cabezón que una mula? ¿No? Aquí os presento yo a uno. Por más que le decía que estaba cometiendo algún tipo de error, más se negaba, más lo intentaba, y más se caía. Cuando la sangre empezaba a salir de las palmas de sus manos, abandonó. Me pasó el skate y me tocó intentarlo. La primera vez me caí. El se reía, creyendo que no me saldría. Pensé en lo que él había fallado, lo mejoré, y lo conseguí a la segunda. Me aplaudió y, realmente creo que desde ahí, nuestra relación pasó a un siguiente nivel. Yo tenía talento e inteligencia, y él fuerza y determinación. Todos decían que éramos la pareja perfecta. En muchos aspectos he intentado convencer a Wolf. De sus estudios, de sus salidas, vamos, de varias cosas. Y con ninguna me ha hecho caso. ¿Me va a hacer caso ahora, que esto es un tema más serio? Él es de esas personas que no atiende a razones. Hace lo que le dicta el corazón, aunque, pensándolo bien, no sé qué narices ha fumado su corazón para decirle que haga eso.
—¿Qué has pensado hacer?—dijo Xerxes, cuando ya las chicas se habían ido. Miré a todos y me incorporé en la cama.
—Salir de aquí, claro está—contesté. Todos reímos y me froté la cara.—Joder...¿pero alguien sabe por qué se ha metido en ese embrollo?—Todos miraron a Al. Sabía que él sí tenía que saber algo por narices, pero no estaba segura de que lo fuese a contar.
—Yo...yo no sé nada—dijo. Le miramos fijamente, intimidando, cosa que se nos daba bien. Empezó a morderse el labio inferior. Se ruborizó. Por fin iba a hablar.—Se ha metido ahí por ti.
—¿Qué?—pregunté. Menuda locura era esa. Si realmente hubiera sido por mí, se habría alejado de Rev, no se habría hecho amigo suyo. 
—Lo que oyes. Mira, Rev le tiene muchas ganas a Kevin. Y tiene otras cosas en mente para Eleanor y Danielle. Si Wolf está con Rev, puede mentir sobre dónde estáis, o qué hacéis. Os está protegiendo.—Le miré. Puede ser que lo estuviera haciendo, que nos estuviera protegiendo. Pero...¿por qué?—Se supone que él odia a Kevin—contesté. Todos asintieron, nunca lo había dicho, pero se notaba demasiado. Cantaba a cien kilómetros a la redonda, incluso. 
—Él odia a Kevin, eso es cierto—empezó a decir Ed—pero a ti no te odia precisamente.—Le miré. ¿Cómo se supone que debía tomarme aquella frase?
—Que está enamorado de ti, ceporra—aclaró Xerxes. ¿Enamorado de mí? ¿Wolf? No sabía si reír o llorar. Es cierto que alguna idea suelta sí tenía de que yo le gustar a Wolf. Pero, ¿enamorado? Eso era un término muy fuerte para él. ¿O no? Nunca me lo dijo. Aunque tampoco sé si es verdad. Siempre había tenido pequeñas dudas respecto a los sentimientos de Wolf por mí, ya que, un día era el amor de su vida, y al día siguiente, era otra cualquiera. 
—¿Y qué hago yo ahora?—dijo Ricitos. En serio, ¿no saben llamar a la puerta? Los chicos me lanzaron una mirada de preocupación y les dije en un pequeño movimiento que se fueran. Se levantaron dándome un apretón de manos, y dos besos, mientras Ricitos se acercaba a mí.—Supongo que ya te habrás enamorado de Wolf—soltó de repente.
—¿Y eso a qué viene?—pregunté molesta. 
—Bueno, él está enamorado de ti, ahora tú de él, y a mí que me den—contestó. Abrí los ojos en señal de sorpresa y reí tan irónicamente como pude. 
—Tú eres gilipollas—solté. Bajó la vista y se sentó en la silla al lado de mi cama.—Quiero salir de aquí—dije.
—Venía a decirte que ya te han dado el alta—contestó. Le miré y vi que miraba a la nada. 
—Siento lo de gilipollas—dije. Negó con la cabeza.—¿Te acercas a mí un momento?—pedí. Se levantó de la silla y se sentó en la cama, conmigo. Me cogió de la mano y me sonrió. Observé cada pequeño y ligero movimiento que realizaba. Cómo su abdomen subía y bajaba por la respiración, que se iba acelerando poco a poco. La forma en la que sonreía. Cómo sus ojos miraban a todas partes, y se quedaban paralizados cuando los juntaba con los míos. No pensaba en que pasara nada más que aquel apretón de manos. Aquellas sonrisas sinceras, y estúpidas. Pero se acercó a mí y estando sólo a varios centímetros, fui yo la que se levantó hacia él, haciendo que nuestros labios colapsaran. Un beso, dos, tres. Una caricia, dos, tres. Las ganas de vivir, de cien en cien, aumentando por segundo. Mi amor por él, ganando posiciones en mi estúpida carrera mental. Supongo que él sabía las intenciones que tenía cuando pedí que se acercara. Él siempre se arriesgaba, aunque fueran cosas de este tipo. Se arriesgó a ayudarme en mi educación, en mi forma de hablar y comportarme. Me ayudó a ser feliz. Me enseñó a bailar y a tocar la guitarra aún mejor. Siempre quiso lo mejor para mí, y yo siempre quise lo mejor para él. Wolf siempre quiso lo mejor para los dos, inconscientemente. Tenía que ir a darle las gracias, y a darle una explicación. Aunque realmente, no se me ocurre mejor explicación que la de un cuento, popular entre las escuelas de mi ciudad. A mí me lo contaron cuando entré en el colegio, y siempre fue uno de mis cuentos preferidos. 
Un día, mientras comía alegremente en el patio de recreo, me contaron la historia de un príncipe que, estando felizmente con su princesa, a punto de contraer matrimonio, un malvado hombre, despiadado y sin corazón, raptó a la princesa, y se la llevó a un castillo lejano. Un 70% de los príncipes, hubieran dejado a la princesa con el villano, y se hubieran buscado a otra, incluso más rica. El otro tanto por ciento, saldrían en su busca, ya que sentirían por ella verdadero amor. Eso es lo que hizo el príncipe del que os hablo. Recorrió mundos mágicos, dimensiones diferentes, se enfrentó a monstruos horribles y peligrosos, pasó meses por desiertos y sitios con temperaturas demasiado bajas. Finalmente llegó al castillo, donde el villano custodiaba a la princesa. Antes de entrar en ese castillo, el príncipe buscó a la princesa por las torres. La encontró, y no de la forma que esperaba. Él creía que estaría gritando su nombre, que estaría esperando que alguien la rescatara. Pero no era así. Estaba sentada felizmente con el malvado villano, compartiendo una entretenida partida de ajedrez. El príncipe no entendía tan terrible actitud, y pensó que el villano había hechizado a la princesa. Durante la noche, entró a la torre de la princesa, y la despertó, diciendo que había venido a salvarla. La princesa sonrió y le dijo: "lo siento, pero él me ha enseñado cosas que sé que contigo jamás aprenderé. Me ha enseñado lo que es llevar una vida despreocupada fuera de palacio, me ha enseñado qué es confiar, durante este tiempo me ha hecho llorar y sonreír, pasar miedo y sentirme protegida". El príncipe, se sintió indignado con la respuesta de la princesa. Y contestó, severamente: "pero yo he recorrido miles de kilómetros por ti, he cruzado desiertos, mares, glaciares, selvas, he luchado contra monstruos, ¿por qué a mí no me amas?". La princesa, esbozando una sonrisa sincera, contestó: "porque él cruzó todo aquello dos veces, antes que tú". 

viernes, 11 de mayo de 2012

| Capítulo diez. |


—¿Wolf?—pregunté mirando tras de Ricitos. Vi a Wolf plantado allí, con una mochila y su skate. Llevaba una camisa de cuadros, unos pantalones negros, un gorro, y una sonrisa que enamoraba a cualquiera que se preciara a verla durante más de dos segundos. Yo había sido una de esos cualquiera.—¿Qué haces?—le pregunté. Ricitos no había mirado, pero estaba cabizbajo, esperando el milagro de que yo rechazara a Wolf. Y Wolf estaba esperando a que rechazara a Ricitos. Me estaban diciendo que tomara una decisión.
Elegir entre dos personas las cuales amas, porque en mi caso, creía que empezaba a amar a Ricitos, es como entrar en una tienda de pasteles, donde todos te encantan, y tienes que elegir sólo uno. O, como cuando tienes dos grupos favoritos, y te hacen elegir sólo uno para ir a su concierto. Es un sentimiento parecido. Total desconcierto y, la idea clara de que si eliges a uno, al otro lo mandas a tomar viento, más o menos. En la tienda de pasteles, puedes elegir un pastel y pagar con tu dinero, después pedirle más a tus padres y comprarte otro. No te lo van a negar si dices que es para ir a cenar con tus amigos. En el caso del concierto, siempre te queda la esperanza de que, habrás ido a uno de sus conciertos, y al del otro grupo podrás ir al año siguiente. Pero cuando es entre dos personas, no hay ese tipo de opciones. Si eliges a una persona pierdes a la otra. Puede decir que te esperará, pero, ¿cuánto tiempo esperará? ¿Hasta que tú te canses del otro y quieras estar con él? No. Esperará un par de meses, y después irá a buscar a otra. Todos hacemos eso al fin y al cabo. Mi vida en aquel instante estaba dando pequeños cambios bruscos. Como los de las temperaturas. Por un lado quería marcharme, y por otro lado quedarme. Por un lado quería estar con Ricitos, y por el otro con Wolf. Pero yo era consciente de que tenía que elegir, elegir uno de los caminos y tachar el otro para siempre. ¿Qué decía en aquellos momentos? ¿A quién elegía? ¿Cuál era la opción que iba a tachar para siempre? No podía elegir. Estaba eligiendo entre dos de los tres chicos que amé en toda mi vida. Está muy bien pensar "puedes probar con uno, y después irte con el otro", pero volvemos al tema de que "el otro" no va a estar ahí para siempre. Podía salir corriendo y dejar aquella conversación tan incómoda para otro momento, o resolverla de una vez. Lo más lógico es que yo hubiera decidido arreglarlo todo, pero lógicamente, yo siempre llevaba la contraria al mundo.
Salí corriendo hacia un taxi que había parado, dejando a unas chicas de poca edad más que yo. Me subí corriendo tanto como pude, e indiqué la dirección del hotel de Catnip y Pipita. Vi como Ricitos quedaba atrás con las manos en la nuca, y Wolf se acercaba por la espalda, despotricando contra él. Como si el pobre hubiese tenido la culpa. Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. La idea de fugarme con Ricitos. Por más que la pensara, me parecía una idea demasiado buena para venir de él. Estábamos algo lejos del hotel, así que tenía tiempo de meditar bien qué podía hacer.
Cuando era pequeña, recuerdo que en el día de mi cumpleaños, mi madre no me pudo comprar nada, y me enfadé. Tanto fue mi enfado, que tuvimos que salir corriendo a la juguetería más cercana para callarme la boca. Después de quince minutos allí, llegué a la conclusión de que quería dos muñecas. Las dos me habían encantado, así que como no podía elegir, le dije a mi madre que quería las dos. Mi cara mostraba completa felicidad, iba a obtener dos muñecas, dos que había elegido yo misma, y, pensaba que como era mi cumpleaños, mi madre no me lo iba a negar. Fui al mostrador, irradiando felicidad, y cuando le dije a mi madre que quería ambas, me dio como respuesta un no, tan grande como el Panteón de Roma. Hice dos mil o tres mil pucheros, y siempre obtuve como respuesta 'no'. Empecé a creer que realmente tendría que elegir entre ambas muñecas. Mi madre me comentó, que la tienda cerraba en apenas minutos, y que si quería una muñeca, tenía que elegirla deprisa. No podía hacerlo. Quería una de las muñecas, porque tenía un coche perfecto para meterla y jugar. Y la otra, también la quería, porque en una de mis casas de muñecas faltaba una que hiciera de madre, y ella me venía como anillo al dedo. Pero la decisión de mi madre era firme. Me dolió, pero si tenía que elegir sólo una, no quería ninguna de las dos. Las dejé en el mostrador, y salí de la tienda enfadada de nuevo, pero también, habiendo aprendido una nueva lección.
El caso de ahora era algo por el estilo. Estaba tan colada por Wolf, y tan colada por Ricitos, que si tenía que elegir entre ambos, no quería a ninguno. Catnip me miró con cara de sorpresa. Pongo la mano en el fuego, a que ella creía que iba a elegir a Ricitos.
—¿En serio? ¿Vas a dejar de lado a los dos?—preguntó Pipita, para confirmar lo que había dicho anteriormente.
—Sí—contesté.—Es lo mejor. Sólo, piénsalo. Si elijo a Kevin, perderé a Wolf, y viceversa—dije. Las dos se sentaron a ambos lados, asintiendo con tristeza. Yo llevaba razón, aunque pareciese imposible.
—Quédate a dormir aquí tía, y ya mañana vemos qué hacemos, ¿vale?—sugirió Catnip. Asentí con la cabeza y ambas decidieron ir a cenar.
Me propusieron ir, pero negué, se me había pasado el hambre. Y el sueño también. Las dos se prepararon y se fueron a cenar a un restaurante del barrio, conocido, y caro, pero caro a más no poder. Me cambié, me duché y me puse el pijama que llevaba en la bolsa. Me estiré y me toqué el pelo, que acababa de lavarme, aún mojado. Qué iba a hacer. En ese momento podrían entrar alguno de los chicos preguntando por Catnip o Pipita, y al verme allí... Supongo que ya sabrían todo, así que, estaba segura de que se lo dirían en seguida. Era arriesgado estar allí, pero no tenía otro sitio donde dormir. Me froté los ojos y me tapé, hoy hacía frío, y yo había vivido demasiadas cosas aquel día.
—Lydia—susurraron.
Abrí los ojos instantáneamente y no pude ver nada, ya que la habitación estaba a oscuras. Miré el reloj de mesa que tenían allí, y las manecillas marcaban las tres de la madrugada. Encendí la lámpara que había al lado del reloj y vi que las camas de Catnip y Pipita estaban vacías. O estaban de fiesta, o estaban en la habitación de Tarou y Enix. Lo segundo era más probable. Me incorporé para ver quién era el que había susurrado mi nombre, y me sorprendió verlo allí. Tanto, que me pegué un pellizco por si era un sueño.
—¿Qué haces aquí Kevin?—pregunté. Me incorporé y le di al interruptor de la luz del techo. Le miré la cara y vi que sangraba. ¿Sangraba? Me levanté corriendo y me acerqué a él, examiándolo.—¿Qué ha pasado? ¿Ha sido Wolf? Lo mato, te juro que lo mato.
—No ha sido Wolf—contestó esbozando una pequeña sonrisa.—Él me ha defendido.—Le miré impresionada y atenta de todo lo que decía.—Ha sido un tal Rev...
—¡¿Qué?!—grité.—¿Qué narices ha pasado?
—Después de que salieras corriendo, Wolf y yo decidimos hablar.—Le miré con cara de querer saber de qué hablaron.—No te lo voy a contar—rió.—Después, fuimos al parque. Estuvimos allí poco tiempo, y al irnos nos encontramos con el Rev este. Uno de sus amigos le dijo que yo era tu novio, vino a pegarme, Wolf se puso en medio, pero nos dieron a los dos. A mí muchísimo más que a él, por supuesto, pero bueno, no es nada—terminó. Tragué saliva.
—Voy a matar a Rev, te juro que lo voy a matar—susurré.—Ven, que hay que curarte eso.
Fui al cuarto de baño con esperanza de que hubiese un botiquín, y bingo, había uno. Salí con él entre las manos y vi que Ricitos estaba sentado en la cama. Respiré hondo y me acerqué. Comencé a coger algodones y agua oxigenada.
—Teníais que haber salido corriendo—dije. Le puse  algodón en una de las heridas y noté cómo se quejaba.
—Es fácil decirlo, ahora, que hacerlo es más complicado—contestó. Me miró.
—¿Cómo está Wolf?—pregunté. Le puse una tirita en la herida y seguí con las demás.
—Bien, apenas tiene algún rasguño—contestó algo seco. Supongo que le incomodaba que prefiriese saber cómo estaba Wolf antes que cualquier tema relacionado con él.
—¿Y tú?—dije.—¿Tienes algo más aparte de esto?
—No, es sólo esto—contestó, todavía de forma seca. Dejé los algodones en la cama y le miré.
—¿Qué demonios pasa ahora contigo?—pregunté. Me miró y apartó la mirada hacia un lado.—Vale, no me lo digas. Imbécil...—susurré. Cogí los algodones de nuevo y justo cuando iba a empezar a limpiar otra herida, me agarró de las muñecas.
—Dime que me quieres—susurró. Le miré e intenté que me soltara, pero no podía.—Dímelo...
—¿Para qué?—pregunté. Me miró con una risa algo irónica.
—Para saber que el haberme peleado con esos, por ti, ha merecido la pena.—Me quedé callada varios segundos. Mirándolo de esa forma, él se había peleado con Rev por mi culpa.
—Te quiero—dije. Sonrió alegremente y me besó. Le continué el beso y me senté en su regazo.
Aunque parezca mentira, durante todo aquel momento, por mi mente pasó el mismo momento hacía casi dos años, con Wolf, en mi casa. Por la misma razón. Casi la misma conversación. Pero los sentimientos eran totalmente diferentes en esa ocasión, a la de Wolf. Y desde una, hasta la otra, habían cambiado demasiadas cosas. Demasiadas cosas que no deberían haber cambiado, o quizás sí.
Dos días después, era el día de coger un avión hacia Nueva Jersey, la ciudad natal de los chicos. Me había despedido ya de todos en el aeropuerto, pero Wolf ni se presentó. Intenté disimular que no me importaba, aunque por dentro me estaba muriendo. Faltaba una hora para que saliera el avión, y todos estábamos ya listos. La espera se me estaba haciendo eterna, aunque con la compañía de Ricitos se me hizo más llevadera. Estaba viendo cómo Pipita  picaba a Tarou, cuando me sonó el móvil. Era un mensaje. Lo miré y era de Wolf. Me separé un poco de Ricitos y lo leí.
 Te queda una hora ahí sentada muriéndote del asco. Anda, vente conmigo, sólo necesito cuarenta minutos. 
—Voy al baño—mentí a Ricitos. Asintió con la cabeza, sonrió y me dio un beso. Salí corriendo hacia el baño, y cuando vi que dejaba de mirar, me dirigí hacia la puerta de una cafetería. Vi a Wolf sentado, de incógnito, tras un periódico. Sonreí y me acerqué, sentándome.—Eres malo disimulando.
—Y tú caes rendida demasiado pronto—contestó. Me lo tomé de buenos modos y sonreí.—Vamos.
Nos levantamos de la mesa y salimos corriendo hacia distintos puntos del aeropuerto. Una vez estábamos fuera del alcance de la vista de todos, comenzamos a andar tranquilamente.
—Según, muchos de tus planes de cuando te conocí—comenzó a decir—querías ir de un país a otro, en pocos segundos, ¿cierto?—sonreí y asentí con la cabeza.—Bueno, pues mira, pon un pie dentro de esto—señaló un pequeño despacho donde estaba bien grande el águila de los estados unidos. Le miré al poner el pie y sonrió.—Tres, dos, prepárate para correr, uno—me cogió de la mano y me llevó hacia otro despacho a diez metros del que acabábamos de estar. Esta vez, había un escudo de México.—Corre, pon el pie ahí—lo puse casi a las milésimas de segundo y sonrió satisfecho.—Acabas de viajar a dos países diferentes en apenas—miró el reloj—diez segundos.—Me quedé sorprendida.Creo que como vosotros, incluso más. Tanto que le abracé y esa sonrisa que adornaba mi cara, no me la iba a quitar nada.—Y, por cierto, acabas de cumplir otras dos de tus planes.
—¿Cuáles?—pregunté sorprendida. Apenas habíamos recorrido diez metros. No había hecho nada.
—Me has abrazado, y me has dado la mano en público—contestó. Era cierto, le había abrazado. Sí, y lo de la mano tamb...¡Espera! Yo no le había dado la mano. Le miré extrañada y miré hacia abajo. Tenía entrelazados sus dedos con los míos. Me sonrojé y los soltó al verme en aquel estado. Me paré unos segundos y vi que seguía avanzando con las manos en los bolsillos. Me mordí el labio y corrí hacia él, sacando una de sus manos y entrelazando sus dedos de nuevo con los míos.
¿Qué pasó tras mi incidente de las muñecas? A parte de que me quedé sin ninguna, valoré qué necesitaba más. Si una madre, o una piloto para el coche. Las madres tienen más responsabilidades que los pilotos, y éstas no arriesgaban su vida en carreras por dinero. Tres días después, la muñeca que quería que hiciese de madre, estaba preparando algo de comer para sus hijos en la cocina de la casa de mi habitación. Sí, elegí a una. La otra también la quería, pero esa era más importante, porque podía disfrutarla más. Con ella podía ser yo misma, digamos. Con ella podía expresar cómo era yo. Y no tenía que intentar desarrollar una pasión por los pilotos inexistente. ¿No le veis la semejanza con Wolf y Ricitos? Wolf es una muñeca, y Ricitos otra. Tengo claro que son humanos y no juguetes. No estaría bien jugar con uno y dejarlo por el otro. Pero iban a pasar años hasta que yo volviera a ver a Wolf. El caso. Yo siempre he sido como es Catnip y Pipita. Siempre. Siempre antes de que pasara lo de Rev. Es cierto que con Wolf también podía serlo, pero no era igual que con Ricitos. Con él sí que podía ser la Lydia pija de siempre. La chica de siempre, y no la skater. ¿Entendéis? Yo ya había elegido. Y tenía la conciencia tranquila, porque Ricitos sabía ya mi decisión. Por eso me marchaba. Pero siempre, acaban jodiendo mis planes. Siempre. Y la culpa es de Wolf, la gran mayoría de las veces. En esta ocasión, no iba a ser diferente.
—Sé que has elegido—comenzó a decir—pero quiero que sepas que yo te quiero también. Más que él. Sé más de ti que él. Quédate, por mí.—Sonreí y negué.—Perdóname...—susurró. Y me besó.
Cuando entras en la tienda de pasteles, y te compras uno y tienes que dejar el otro que te gusta, sabes que cuando vuelvas estará ahí de nuevo. Que podrás comprarlo en otra ocasión. Sabes que lo vas a disfrutar. Cuando tienes que elegir entre los grupos, sabes que de una forma o de otra los verás en concierto a ambos. Porque es lo que hace cualquier fan; remover cielo y tierra para ver a sus ídolos. Elegir entre dos personas, está bien cuando sabes quién te ha aportado más en tu vida, o  quién te conviene más. Pero todo cambia, si la otra persona te besa en mitad de un aeropuerto, con la atenta mirada de la que era la persona elegida detrás. Tu cabeza se vuelve un mar de puras dudas. Y así es como la mía estaba, así es como la mía pasó de tener una idea clara, a verlo todo borroso.

sábado, 5 de mayo de 2012

| Capítulo nueve. |

—A mí esto no me entra—dije de nuevo. Ricitos me miró serio, pero finalmente rió. Bebió algo de café y se frotó los ojos. Apoyé mi espalda en la silla y miré la hora. Las tres de la madrugada. Volví a mirarle y vi que repasaba los apuntes.
—Vamos a ver Skat—se aclaró la garganta.—La trigonometría es fácil, es simplemente memorizar los pasos—repitió. Llevábamos así más de cuatro horas. Odiaba las matemáticas, pero tenía que aprobar o no me darían el título. Y lo necesitaba para salir del país. Los chicos comenzaban una gira, y Ricitos me había propuesto ir, pero mi madre no me lo permitiría hasta que no acabara los estudios. Como mi nivel cayó considerablemente, Catnip y Pipita se ofrecieron a darme clases  y ayudarme, pero las matemáticas se las dejaban a Ricitos, y a parte, aunque fuese otra materia, hoy quería que fuese él quien me ayudara. En el segundo semestre, pasé de suspender todas, como en el primero, a suspender tres, entre ellas matemáticas. En este último, las tengo todas aprobadas, pero el examen global era al día siguiente, y tenía que aprobarlo. Vi como Ricitos hacía unos cálculos con la calculadora y sonreía, satisfecho de haber hecho bien las cuentas de unos ejercicios. Él tenía facilidad para memorizar cualquier cosa, y yo sin embargo, era más tonta que una piedra. Observé como hacía cada movimiento, cómo humedecía su yema del dedo índice, de su mano derecha, para pasar las hojas. Finalmente levantó la vista y me sonrió.—¿Cuenta mucho este tema en el examen?
—Medio punto—aclaré.—Pero quién sabe si necesitaré ese medio punto para sacar un cinco.—La simple idea de  no poder ir al tour por suspender matemáticas, me daban ganas de asesinarme a mí misma. No lo quería hacer por salir o por viajar. Sino, porque quería estar con Ricitos el máximo tiempo posible. 
—Podemos hacerlo.—Bostezó. Me contagió el bostezo. Me froté la cabeza y me estiré la camiseta. Miré el libro.
—No quiere que aprenda—dije. Rió.
—La que no quiere aprender eres tú—contestó. Le miré y le saqué la lengua. Cogí un lápiz y miré el libro. Comencé a copiar uno de los ejercicios.—¿Qué haces?
—Si hago un ejercicio bien, lo damos por aprendido—contesté. Se apoyó en la mesa con los codos.
—Ese era el objetivo desde un principio—contestó. Sonreí. Terminé de copiar el ejercicio e intenté recordar los pasos y demás trucos que me había enseñado Ricitos. Poco a poco lo fui completando, y tras cinco minutos, lo acabé. Ricitos lo miró y cogió la calculadora, comprobando las cuentas. Dejó de golpe la calculadora en la mesa, se abalanzó sobre mí, besándome. Me sorprendí y me separé sonriendo.—Damos la lección como aprendida—dijo. Sonreí y le volví a besar. 


Faltaban cinco minutos para el examen y los nervios me comían. Era todo o nada. Todos estaban durmiendo, y el único que me quiso acompañar fue Xerxes, y aprovechó para contarme cierto plan para cierta persona.
—¿En serio pretendes hacer todo eso?—pregunté. Asintió con la cabeza.—No tienes tantas fotos.
—Que si las tengo—contestó.—Sólo las que yo tengo guardadas, son más de quinientas. Tú le pides el resto, y tenemos de sobra. 
—No voy a ir a pedirle sus fotos contigo—dije. Me miró con cara de enfado. Sonreí.—Gracias por acompañarme. 
—No hay de qué, pero ahora, necesito esas fotos—añadió con una sonrisa. La gente comenzaba a entrar en clase, y decidí que también era el momento de que yo entrara.
—Con quinientas tienes de sobra.—dije levantándome de la silla.
—¿Y si no? Hay que hacerlo esta noche, no podemos cometer ningún error—dijo. Razón llevaba, pero era complicado hacerlo bien.
—Cuando termine el examen voy a ver cuántas fotos son las quinientas, medimos el lugar y calculamos, si nos faltan se las pedimos—sonreí. Asintió y sonrió mientras entraba en clase.
—¡Suerte!—gritó.
—¡Gracias!—contesté desde dentro. 


Salí del examen completamente feliz. Los ejercicios de trigonometría apenas contaban medio punto, y lo que más contaba sabía hacerlo. Al salir de clase vi a Ricitos esperándome en la silla. Iba con gorra y gafas de sol, aunque para varias chicas no había pasado desapercibido. Me senté a su lado.
—¿Qué tal amor?—preguntó. Suspiré feliz.
—¡Genial! Creo que está aprobado de sobra—contesté. Me besó.
—Xerxes te espera—dijo. 
—Lo sé, ¿te importa?—pregunté algo tímida.
—No, para nada, tengo que ensayar con los chicos, te llevo y nos vemos a la noche—asentí, le besé, nos levantamos y salimos del instituto.
Me llevó a casa y vi a Xerxes en la puerta con una gran bolsa. Me bajé del coche algo deprimida, pero al pensar en el gran plan de Xerxes la felicidad volvió a mí. Me acerqué sonriendo.
—¿Todo eso ocupan las fotos?—pregunté asombrada.
—Son quinientas—contestó sonriendo.
—Verás como da de sobra—dije sonriendo. 
Salimos del porche y nos dirigimos hasta el lugar donde pensábamos llevar a cabo el plan. Nadie salvo nosotros lo sabía, y al verlo, estaba segura de que se sorprenderían. Llegamos a un muro blanco,  no muy grande, que estaba justo enfrente del hotel donde se alojaban todos. La noche comenzaba a caer ya, aunque parezca increíble. Teníamos poco tiempo. 
—Empieza por esa parte, y yo con esta—expliqué—sabes como ponerlo para que al final se vea en grande, ¿no?—pregunté. Asintió con la cabeza y sonreí.—Perfecto.
Comenzamos a poner fotos en el muro. Estaba minuciosamente calculado para que todo formara un gran mosaico. Os explico el plan. 
Xerxes estaba realmente pillado por Catnip. Pero como nos íbamos de Tour, no podía verla mas. Para que no lo olvidara, inventó un plan, algo copiado, pero increíble. ¿Habéis visto el vídeo de Give Your Heart a Break  de Demi Lovato? Fijaros en la parte en la que Demi aparece con fotos en un muro frente a la casa del chico. Pues esto es lo mismo. Sólo que con fotos de Xerxes y Catnip. Catnip en más de una ocasión había hablado de su fanatismo hacia Demi Lovato, persona que yo también admiraba, y Xerxes quería darle, costase lo que costase, una despedida espectacular, digna de una persona tan maravillosa como era Catnip. Ed también pensó algo para Pipita, pero eso os lo contaré más adelante. El caso, es que allí estábamos ambos, eran casi las once de la noche, y no llevábamos ni cien fotos puestas. Pero sabíamos que quedaría bien, ya que lo habíamos calculado todo a la perfección. Ahora eso sí, más vale que no lloviera, o nos íbamos a joder pero bien. 
—Em...¡Skat!—exclamó Xerxes. Giré la cabeza mientras terminaba de colocar una foto, en la que Xerxes y Catnip aparecen apoyados frente a frente. Vi que miraba hacia la ventana del hotel. Localicé la habitación de Catnip y Pipita y...
—Menuda mierda, que hay luz, ¡que hay gente!—solté. Xerxes asintió. Mierda, si miraban por la ventana a la mierda todo. Ya nos podíamos dar prisa. 
Comenzamos a poner las fotos más rápido que antes, pero colocándolas bien y en su sitio, nada de mal puestas y hecho una chapuza. Estuvimos como una hora de pie, colocando fotos. Iban a dar las doce de la noche, cuando finalmente Xerxes llamó a Catnip para que mirara. Mientras los dos tortolitos hablaban, yo me dispuse a encender una linterna bastante grande, que alumbraba a la perfección toda la pared. Para qué mentiros, había quedado de puta madre. Sonreí muy satisfecha de mi trabajo, y Xerxes movió la cabeza indicando que era el momento de irse. Caminé alejándome algo triste de la pared, y vi cómo Xerxes pronunciaba "asómate por la ventana", ni falta hace decir que Catnip no dudó mucho tiempo en hacerlo, y por los gritos que se oían desde el auricular, le había gustado, y mucho. Reí felizmente, nuestro trabajo en aquel lugar había terminado. Habíamos hecho totalmente feliz a Catnip, Xerxes también estaba muy satisfecho, y yo, bueno...yo podríamos decir que también estaba feliz. 


Me despedí de Xerxes con una sonrisa, un abrazo, un gracias y dos besos. Él se dirigió a su casa, y yo...bueno, yo no me atrevía a ir a mi casa. Hoy estaba algo rara. Eran casi las una, y la luna se posaba bien alta en el cielo. Casi no hacían falta farolas. Cogí mi skate, que había guardado en una choza fuera de mi casa, en el jardín, y me dirigí a experimentar recuerdos. Patiné hasta el parque, apenas tardé un minuto. No había perdido práctica. Sonreí y vi que, había alguien más ahí. Sabía quién era, sólo quería confirmar mis estúpidas sospechas. Me acerqué lentamente por detrás, pero parece que siempre me acababa pillando, antes de yo pillarlo a él.
—Es demasiado tarde para que estés aquí, ¿no crees?—dijo aquella persona. Sonreí estúpidamente y dejé el skate a su lado, sentándome encima. Estiré las mangas de la sudadera y me froté las manos.—¿Tienes frío? 
—No—respondí.—Wolf, quiero que me expliques demasiadas cosas...—comencé a decir. No es que haya que tener excusa para ponerme los cuernos, pero sí un por qué. Quizás hice algo mal, quizás la cagué en algún momento, o quizás, simplemente, la culpa fuera suya.
—Mi intención no era hacerte daño—dijo.—Sólo quería que fueras feliz.
—¿Liándote con otra en mis narices?—pregunté.—Qué bonita forma de hacerme feliz—contesté irónicamente.
—No de esa forma, lerda—contestó.—Yo sabía que te habías pillado por Kevin, y sabía que con él tu situación mejoraría. Él es mucho mejor que yo, en todos los sentidos—noté que me miró, pero al no atreverme a mirarle también, apartó la mirada.
—¿Y por qué simplemente no me dijiste eso?—pregunté.—Todo habría sido más...—me interrumpió.
—...difícil—contestó.—No habrías aceptado eso, hubieras seguido insistiendo, te habrías alejado más de Kevin, y no hubieras disfrutado de la felicidad que has tenido con él estos meses—dijo. Bueno, razón no le faltaba. Podíamos llamar a mis cuernos mentiras piadosas pero esta, era demasiado horrible. Desde que tengo uso de la razón, o al menos, sentido de la coherencia, Wolf ha estado siempre protegiéndome. Ya fuera de una forma, de otra, siempre estaba protegiéndome, anteponiendo todo por mi bienestar. Y es de agradecer, me ha sacado de problemas en más de una ocasión. 
—Puede que tengas razón—admití. Rió y reí con él. Me habría engañado, me habría hecho sufrir, me habría hecho llorar, pero ante todo, era uno de mis mejores amigos...era el mejor amigo que había tenido en años. El único en quien podía confiar sin importar lo que piensen los demás. Sonará típico, incluso podéis empezar a llamarme gilipollas por eso, pero le quería al fin y al cabo, porque, ¿qué ser humano nunca ha cometido un gran error en su vida? Si nunca jamás has cometido uno, permite que te salude, extraterrestre.
—¿Qué tal con Kevin?—preguntó. Tragué saliva y pensé bien qué iba a contestar. Por mucho que le quisiera, no era muy agradable hablar con él de Ricitos. 
—Pues bien, no vamos mal—contesté. Sonrió y miré a la luna, blanca y profunda que todavía seguía iluminando el cielo. Suspiré y miré al suelo, esperando que la tierra me tragara, o algo por el estilo.
—No lo has dicho muy convencida—comentó. Hombre, razón llevaba. Llevaba días, en los que Ricitos y yo estábamos mejor que genial, pero no todo era felicidad, como podréis comprender. Hemos tenido peleas, peleas gordas, peleas de coger e irme a casa Mad Hatter a llorar. En mi vida no ha sido todo siempre felicidad, así que esta vez no iba a ser la excepción.—He oído que se van de tour—dijo.—¿Vas a ir con ellos?
—No—contesté. Me miró sorprendido y le devolví la mirada.—¿Qué?
—Pensaba que ibas a ir, has aprobado todo en el instituto y...—le interrumpí.
—Es cierto, hace dos horas tenía claro que quería ir. Ahora ya no lo sé.—Dije. La respuesta no le convenció, y a mí tampoco. ¿Qué perdía yendo con Ricitos? Nada. Bueno sí, a Wolf. ¿Y qué tenía que ver Wolf en todo esto? Hasta hace una hora lo odiaba, y que estuviese manteniendo una conversación con él, no tenía porqué cambiar mis planes. Pero él siempre lo cambiaba todo en mi vida. Todo...
—Bueno, hagas lo que hagas, serás feliz. Te conozco, harás lo correcto—dijo. Asentí con la cabeza, chistosa. Vi como se levantó y cogió su skate, dándome un beso en la frente, y saliendo del parque. 
¿Qué quedaba ahora? Despejarme. Salir y huir de todo. Aclarar las ideas, colocarlas y seleccionarlas, meditarlas y explorar sus pros y contras. Una vez, cuando tenía 11 años, me enfadé con una de mis mejores amigas. Yo quería una muñeca que ella tenía, pero no me la dejaba. Una tarde, cuando ella estaba desprevenida, la cogí y la guardé en mi mochila. Sí, la robé. Llegué a mi casa más que contenta, con la muñeca que tanto quería, pero al llegar, vi que mi madre me había comprado otra muñeca. Exactamente la misma. Comencé a llorar diciendo que había robado la muñeca a mi amiga, y mi madre me quitó la muñeca robada, y la que me había comprado. Me enfadé, porque había perdido dos muñecas por mi estúpida sinceridad. Me escapé por la ventana, fue la primera vez que me escapé, con una mochila, llena de ropa, zapatos, un móvil y algo de comida. Estaba dispuesta a abandonar todo cuanto tenía por una mísera muñeca, que seguramente, no habría hecho lo mismo por mí. Me encaminé en la oscuridad buscando cobijo, buscando un lugar lejos de mi casa para pasar la noche. Tenía claro que no iba a volver jamás, ya que, mi madre había demostrado ser una cruel persona, que sólo quería hacerme daño. O eso me decía, después de llevar cinco horas andando, y haber visto el amanecer. Me moría de sueño, las piernas me fallaban. Nunca había trasnochado. Me senté en la acera, para "descansar" y sin comerlo ni beberlo, me quedé dormida allí. Cuando desperté, estaba en mi cama. Pensé que había soñado aquella escapada, pero en realidad, un policía me había visto tirada, me conoció y me llevó a mi casa. Tuve suerte, según mi madre, porque podría haberme pasado cualquier cosa por irresponsable y caprichosa. Y razón no le faltaba. Me hizo prometerla que jamás volvería a escaparme de aquella manera, que si me quería ir en algún momento, que se lo dijera e intentaría ayudarme. 
Pero hoy estaba rompiendo aquella promesa. Ya estaba con mi mochila, bastante ropa dentro y dinero, mi móvil y una nota en casa. Hoy estaba dispuesta a olvidar todo y a romper la promesa con mi madre. No me quedaba otra opción. Quizás pensaréis: "pues sí te queda otra opción, hablar con Ricitos o Wolf, o con Catnip y Pipita, aclarar las ideas con cualquiera de tus amigos, tranquilamente en tu casa". ¿Vosotros nunca habéis tenido las ganas de iros cuando os comen los problemas? ¿Cuando tienes la cabeza hecha un lío? Siempre nos ha faltado valor para irnos. Yo el valor me lo acabo de comer con el chocolate. Llevaba dos horas andando, y el sol estaba saliendo. Respiré hondo. Me paré un momento y me froté los ojos, mientras veía la salida del sol. Lo estaba dejando todo atrás por dos chicos. Pero, para todo hay una primera vez, ¿no?
Seguía andando y ya había salido del barrio hace varias horas. Llevaba algo de dinero, para pedir un taxi. Ir al centro de la ciudad, ir a un motel barato, conseguir cualquier empleo, y cuando tenga dinero suficiente, irme. Lejos, muy lejos. Volver, a saber cuándo. No volver a verlos a todos, comenzar una nueva vida, quizás estaba exagerando y no necesitaba todo eso. 
—¿Dónde vas?—escuché tras de mí. Me giré y ahí estaba él. Magníficos rizos, cuerpo. La cara más radiante de felicidad que nunca había visto. Mi novio desde hacía algunos meses.
—Lejos—contesté. Miré al suelo, no me atrevía a dirigir la vista hacia sus ojos. Seguramente me estaría tomando por demente.
—¿Sin mí? ¿Sin nadie? ¿Sola? ¿Sin decírselo a nadie?—preguntó. Sonreí, ya estaba me estaba avasallando a preguntas. Asentí contestando todas las preguntas del tirón. Se acercó a mí. Estando juntos, yo parecía más pequeña y él más mayor, ya que me sacaba una cabeza y media.—No te lo voy a permitir.
—La decisión ya está tomada, Kevin—dije. Me dolía tener que decirle adiós, pero él era una de las razones por las que me iba.
—Si es por el tour, lo aplazamos y ya está—contestó. Le miré y negué con la cabeza. Volví a tomar aire, tanto como pude.
—No es por ti, es por mí—dije.—No es la típica escusa, no, es verdad. Yo soy la que tiene problemas y tiene que despejar sus ideas, no tú. Nadie más tiene que hacerlo—contesté. Me miró y aparté la vista. Iba a llorar, lo estaba presintiendo.
—No me dejes—susurró. Le miré y estaba cabizbajo, cogiendo una de mis manos.—Eres la persona más especial que he conocido en toda mi vida. No quiero perderte...—susurró de nuevo, como si temiese que alguien más lo oyese. Como si quisiera que esas palabras se quedaran entre nosotros, que nadie más las supiera.
—No te quiero dejar, pero debo hacerlo—contesté. Mi visión se nublaba y Ricitos, con ella. Me abrazó y dejé que las lágrimas salieran.
—Espero que en tu viaje haya sitio para uno más—susurró en mi oído. Negué y sentí felicidad en mi interior. Estaba dispuesto a dejar mucho por mí, incluso más de lo que yo quería dejar. Pero yo no se lo iba a permitir. Me importaba demasiado, como para que dejara su vida por un nuevo capricho mío.—¿Me quieres?—preguntó. Me separé de él y le miré fijamente. Asentí. No me salían palabras, gracias al nudo que tenía en la garganta en ese momento.—Entonces déjame ser feliz a tu lado. No me importa dónde, sólo quiero estar contigo. Y si eso implica unas vacaciones de días, meses, años, no me importa.—Intentaba asimilar todo lo que me estaba diciendo.—Déjame, por favor. A no ser...
—¿A no ser, qué?—pregunté, inocente. Bajó la vista.
—A no ser que yo sea una de las razones por las que quieres marcharte—dijo. Me había leído el pensamiento. Lo que nos parecíamos asustaba, y a la vez me enamoraba. Era una versión de Wolf, totalmente al contrario por fuera, pero totalmente igual por dentro. Intenté pensar rápidamente qué podía decirle. Me había pillado inconscientemente.
—Tú eras una razón por la que me iba—dije. Me miró sorprendido.—Pero sigues siendo la razón por la que he sido feliz estos meses. No quiero que abandones nada por mí.—Me miró, aún sorprendido e incrédulo. Sonreí y le di un pequeño golpe en el hombro.—Te quiero Kevin. Y por eso me voy.
—Te quiero, Lydia, y por ese motivo, si te vas, yo me voy contigo.