lunes, 25 de junio de 2012

| Capítulo catorce. |

Como todas sabréis, os aviso siempre por Twitter -a las que tienen- de los capítulos que voy subiendo. Como muchas os cambiáis el user, o me dejáis de seguir incluso, voy a hacer una nueva lista. A todas aquellas personas que quieran que les avise de todo lo relacionado con este blog, que me dejen en un comentario AQUÍ, ojo, NO EN UNA MENCIÓN EN TWITTER, NI EN UN MENSAJE DIRECTO, AQUÍ, el nombre de su cuenta de Twitter, y yo le avisaré sin ningún tipo de problema. Podéis ir dándomelos cuando queráis, pero si os interesa, daros prisa, para que no os perdáis ninguna novedad. Sólo era eso, que disfrutéis del capítulo. ¡Y gracias por esas 17.000 visitas!


Cuatro días después de que me enviaran la foto de Kevin y la guarra esa, ellos se fueron de tour, y yo y Kevin lo dejamos temporalmente. En ese tiempo, yo me tiraba el día llorando y viendo la misma foto una y otra vez, destrozandome el alma, hasta que llegaba Gerard y hacía que me despejara de todo un poco. Según me contaban Eleanor y Danielle, Rose era la hija de unos muy buenos amigos de la familia de Kevin. Ellos siempre habían sido muy amigos, desde pequeños, y, según me dijo Kevin antes de marcharse: "ni siquiera sé si lo nuestro va a durar, no podía arriesgarme a presentarte a todo el mundo, para que dentro de dos días me dejes por Wolf. Sé que nos quieres a los dos, por eso hago esto." En resumidas cuentas, a él le gusta tener novia y liarse con otra. ¿O no es así? Ese mismo día hablé con Danielle por teléfono, y me dijo que ambos estaban muy acaramelados en el tour. Kevin, según me dijo, lloró cuando salió de mi casa el día que se fueron, y Rose se pasó todo el camino consolándolo. Ni siquiera quería ver a sus hermanos. Y vosotros preguntaréis, ¿no te dio una explicación para el beso? Pues no, ni me la dio. Le saqué el tema nada más pisar el porche de mi casa, pero no me hizo caso. Me cambió de tema, me preguntó quién me había enviado la foto, quién era ese tal Gerard del que todo el vecindario hablaba. Quería sacar mis faltas para poder dejarme y echarme las culpas. Bueno, quizás no fuese así, pero así lo veía yo. Eran las doce de la mañana y estaba tirada en mi cama, boca arriba, escuchando música en el iPod. Mi madre estaba trabajando, y llegaría bien entrada la noche, si es que llegaba. Me alegraba de que mi madre hubiese encontrado trabajo, pero era exagerado. Trabajaba como una mula, y si la regañaban, la pagaba conmigo. Y yo estaba en esos días como para que mi madre me echara la bronca. Diversas noches tenía pesadillas, pesadillas horribles. Tales como, que Rev venía acompañado de Wolf y me secuestraban, violaban y mataban, y cosas semejantes. Me despertaba empapada en sudor y lágrimas, y no podía despertar a mi madre para que me consolara, la pobre se acostaba tarde y se despertaba temprano. Así, que optaba por escaparme e iba a casa de Gerard. La primera noche se sorprendió, pero cogió la costumbre y ya dejaba la ventana abierta para que entrara sin problema. No penséis mal, no me he convertido en uno de sus ligues. Ni me ha besado, ni lo ha intentado desde el día en que nos conocimos. Simplemente, voy a su casa, le cuento la pesadilla, me abraza, y dormimos juntos. Por la mañana temprano, me acompaña hasta mi casa, y cuando mi madre se asoma en mi habitación, estoy durmiendo como un niño pequeño. Es algo costoso, y me da mucha pena despertar a Gerard, pero él también se ofreció a que fuese allí antes que a cualquier otro sitio. Hacía meses que no veía a Wolf, ni siquiera de lejos. Pero aquel día, yo sabía que algo iba a ocurrir.

Quedé con Gerard a las cinco, para ir a dar una vuelta y después, a su casa a practicar con el grupo. Era Septiembre y todavía hacía un calor de dos pares de narices. En poco tiempo sería mi cumpleaños, cumpliría dieciocho, y por fin Gerard no me sacaría esos once años de los que presume tanto. A las cinco en punto, Gerard estaba en la puerta de mi casa, con los pantalones vaqueros ajustados que tanto le gustaba ponerse, una camiseta blanca y el pelo revuelto. Estaba siempre tan guapo. Sonrió al verme.
—¿Vamos?—preguntó. Asentí y cerré la puerta de mi casa, saliendo con él. 
Paseamos durante varias horas por el barrio. Estaba bastante cambiado. Habían abierto varias cafeterías, lugares que yo ansiaba tener desde que nos mudamos prácticamente. Entramos en una y Gerard pidió un café solo. Me miró y antes de que dijera nada, pidió un capuchino para mí. Sonreí dándole a entender que había elegido perfectamente y mientras la camarera preparaba los pedidos, nos sentamos en una mesa al fondo. Miré por la ventana, y el cielo comenzaba a nublarse.
—¿Ahora va a llover?—preguntó Gerard sentándose enfrente de mí. No le dirigí la vista y elevé los hombros en señal de desconcierto.—¿Te ocurre algo?—Me cogió la mano y la acarició levemente. 
—No—contesté.—Es sólo que siento que voy a ver a...—le miré y sonreí—nadie. Da igual—aparté la mano de la suya y dejé que la camarera dejara los cafés en la mesa. Cogí el mío y soplé un poco, no me apetecía quemarme la lengua. Gerard hizo lo mismo con su café y sacó su móvil. 
Ambos estábamos muy incómodos, pero la culpa era mía y lo admito. No me sacaba a Wolf de la cabeza. Tenía el maldito presentimiento de que lo iba a ver, de que me lo iba a encontrar. Y, una vez más mi sexto sentido no me falló. Lo vi aparecer por la esquina, y al abrir los ojos más para verle bien, Gerard miró al mismo lugar que yo. Suspiró, bebió su café de un sorbo, se levantó, me dio un beso en la frente y se marchó sin decir nada. Y mejor así. Prefería que no discutiéramos ni nada de ese estilo, aunque ambos no mantuviésemos algo más que una amistad. Vi que Wolf me vio tras el cristal y aparté la vista rápidamente. Bebí el café intentando tranquilizarme y analizar bien la situación. Wolf entró a la cafetería, lo noté por el perfume que llegó a mi nariz. Se sentó enfrente de mí sin decir ni una palabra. 
—¿Qué haces aquí?—dijo, tras cinco minutos de silencio absoluto. Estábamos solos en la cafetería.—¿Estabas con Gerard, verdad?—asentí.—¿Estáis...juntos?—preguntó. Le miré y ladeé la cabeza.
—¿Estás celoso?—pregunté. Sonrió y sonreí yo también. Echaba de menos esa absurda tontería. 
—¿Debería estarlo?—preguntó chistoso. Negué.
—No estamos saliendo, ni siquiera nos hemos besado—contesté. Suspiró y se frotó los ojos.
—Que te besases con él no me importaría, si te soy sincero—dijo.—El que me importa aquí es Kevin.—Le miré intentando asimilar la situación. Wolf era frío cuando quería, y no le importaba el daño que pudiera hacer con sus palabras. Aunque, quizás no debería echarle eso en cara, él no sabía nada de lo que pasó con Kevin. Suspiré y comencé a hablar.
—Kevin y yo...—me interrumpió, cogiendo mi capuchino.
—Lo habéis dejado—bebió un sorbo. Le miré sorprendida.—¿Que cómo lo sé? Buena pregunta. La foto te la envié yo—le interrumpí yo.
—¿Que tú me enviaste qué?—le miré, aturdida. Si él me había enviado la foto, ¿cómo la había conseguido? ¿Él había ido a la boda? No, eso era más bien imposible. ¿Entonces? ¿Qué estaba pasando? Por un momento me sentí mareada incluso. 
—Yo te envié la foto. No me preguntes cómo la conseguí, pero yo te la envié.—Bebió otro sorbo de mi capuchino.
—No te creo—dije.—No has podido ser tú.—Dejó el vaso sobre la mesa y me miró interrogante.
—¿Por qué no he podido ser yo?—giré la cabeza hacia la ventana.
—Porque tú no estabas en esa boda, tú no pudiste hacer la foto aunque quisieras—contesté. Mi marcador mental marcaba 1-0 a mi favor. Le había metido un gol. Le había pillado. Empezaba a controlar cuando Wolf mentía.
—Yo no he dicho que la hiciera, he dicho que te la envié.
Y aquello desmoronó de nuevo todo mi partido mental. Era cierto, él no dijo nada de que la hubiese hecho, sólo dijo que me la había enviado. Eso me recordó a una anécdota muy rara que me ocurrió hace tiempo. 
Estaba en el patio de mi escuela con mis amigas, charlando de un nuevo pinta uñas que me había comprado unos días antes. Estaba muy feliz, porque era un color raro, pero quedaba muy bien, y combinaba con muchas prendas de ropa que tenía. Lo llevé feliz al recreo para que todas lo vieran, y una de ellas, vamos a llamarla Jane, me lo pidió prestado. No me fiaba de ella un pelo, pero así era yo, inocente y subnormal perdida. Se lo di y le dije que me lo devolviera. Ella asintió y se fue con él. Cuatro meses después (que se dice pronto) le dije que cuándo pensaba devolvérmelo. Empezamos a discutir, porque ella decía que no me lo iba a dar, por mucho que se lo pidiese. Me enfadé mucho, y empecé a gritar como una rata, pidiendo que me lo devolviera en aquel instante. Todas sus amigas comenzaron a reírse (recalquemos que Jane tenía dos años más que yo) y le pegaron un codazo a Jane. Eso significaba que iba a darme una explicación de por qué mi pinta uñas ahora era más suyo que mío. Y la conversación fue más o menos esta:
—Devuélvemelo—insistí.
—No—contestó.
—¿Por qué no?—suspiré.—Es mío.
—Es verdad, pero me lo diste—la interrumpí negando con la cabeza.
—Te equivocas, te lo presté, que es diferente. Y me dijiste que me lo devolverías—insistí de nuevo.
—Es cierto, dije que te lo devolvería—todas comenzaron a reír de nuevo, y yo no entendía por qué—pero no te dije cuándo pensaba hacerlo. Simplemente dije que te lo devolvería. Pero no concreté ninguna fecha.
Aquello me hizo sentirme mal, porque sabía que no podía reclamarlo, ya que algo de razón llevaba. Tampoco es que yo le dijera: ¡devuélvemelo pronto!. No, simplemente le dije que me lo devolviera. Me llevé las manos a la cara y salí de allí corriendo, sin mi pinta uñas. Claro está que, no volví a verlo más.
Cuando miré a Wolf, este ya se había bebido mi capuchino, ¡qué cara tenía el tío!. Sonreí tontamente, e intenté olvidar lo de Kevin.
—Tengo que preguntarte cosas—comencé a decir. Rió.
—¿Te refieres a mi nueva amistad con Rev?—Me miró arqueando una ceja. Me había pillado. ¿Es que a vosotros no os pica la curiosidad? Esa repentina amistad entre ambos, no me fiaba ni un pelo de ella. Además, Wolf no es el tipo de persona que a Rev le cae bien. No que yo sepa...—Todo tiene su explicación.—Le miré, quería saber que clase de explicación tenía eso.—Verás, todo comenzó cuando estando yo un día en el parque, Rev apareció allí buscándote. No te encontró porque tú estabas con Kevin, y a más de un bocazas allí se les escapó decir aquello. Intenté decir que no era así, que tú no estabas porque estabas con tu madre—le miré arqueando una ceja—vale, era una mala excusa, pero no se me ocurría nada mejor. Me dijeron que iban a buscar a Kevin, que le tenían ganas. Intenté evitarlo por todos los medios, pero finalmente me rendí. Les dije que yo también odiaba a Kevin, y que si podía ayudarles.—Le interrumpí sobresaltándome.
—¿Pero qué me estás diciendo? ¿Te has vuelto loco?—grité. Wolf hizo un gesto con la mano, insinuando que bajara la voz.—No voy a bajar la voz, ¡eres un capullo! ¿Cómo te atreves a decirle a mi ex novio que si puedes ayudarle a pegarle una paliza a Kevin? ¿Tienes cerebro ahí arriba Wolf? ¿Lo tienes?—continué gritando. Las pocas personas que estaban en la cafetería me estaban mirando, lo sabía por la cara de vergüenza de Wolf, pero a mí no me importó en absoluto. Seguí con mi tertulia.—¡Eres un capullo, joder! Y pensar que me fié de ti, todo este tiempo. ¿Y así me pagas todo lo que he hecho por ti? ¿Las veces que casi me pega Rev sólo por intentar protegerte? ¿Las broncas con mi madre por ti? ¿Así me pagas todo lo que he hecho en estos cuatro años? ¡Eres un capullo, Louis!
Wolf bajó la cabeza. Hacía años que no lo llamaba por su nombre. Nunca había estado tan cabreada como para hacerlo. Pero sí que había estado tan enamorada como para llamarlo así. Me levanté de la mesa, totalmente indignada. Me había imaginado mil excusas, mil historias para explicar lo de Rev. Pero precisamente intenté evitar esta. Sabía que Wolf le tenía un cierto rencor a Kevin, pero, ¿tanto? ¿Y a mí por qué me importaba tanto Kevin ahora? Se supone que me había engañado. Se supone, porque no había hablado todavía con él. Mis ganas de llorar aumentaban, pero seguía en aquella estúpida cafetería. Me tambaleaba mientras me dirigía a la puerta. Negué la ayuda de varias personas que me la ofrecieron, me apoyé a la puerta, y con bastante dificultad conseguí abrirla. La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo había llegado a esto? Antes no era todo tan complicado. ¿El amor? No, los tíos. No, qué coño digo, yo también he tenido parte de la culpa. Alguien me cogió del brazo, las lágrimas salían de mis ojos, no veía con claridad, sólo sentía un perfume en mi nariz que me gustaba, un perfume del que me había vuelto adicta. 
—Lo hice por protegerte, aunque no te entre en esa cabeza de nuez que tienes.
Y sin más dilación me besó. Importándole una mierda el mundo, mis sentimientos absolutamente confundidos, los coches, los aviones, las personas que nos estaban mirando, le importó una mierda que el chico del cabello rojo nos estuviera viendo, le importó una mierda todo lo que me podía pasar después, porque él era así, era un engreído, un egoísta, un inmaduro, un imbécil en toda regla, un capullo, pero a pesar de todo, estaba enamorada de él. Aunque me costara aceptarlo. 
¿La culpa de que todo haya cambiado es mía? ¿La culpa de que quiera desaparecer es mía? No lo sé, pero yo tengo un mensaje claro. Las estupideces que yo cometo por amor, no las comete nadie. 

viernes, 15 de junio de 2012

| Capítulo trece. |

Hoy no tenía ganas de nada. Después de discutir con Kevin, me fui a mi casa y llamé a Wolf, pero no me cogía el teléfono. Le dejé varios mensajes, para que me llamara en cuanto los viera. 


Dos días antes.


Después de confesar a Pipita que estaba enamorada de Wolf y de Kevin, nos fuimos a dormir y no le dimos más vuelta de hoja al tema. A la mañana siguiente, Kevin me llamó, debíamos hablar muy seriamente. 
—¿Qué pasa?—pregunté nerviosa. Odio cuando me dicen "tenemos que hablar". Y lo odio mucho. Kevin se mordió el labio e intentó sonreír.
—Tenemos una especie de presentación dentro de dos días. Y...—le miré, carraspeó y siguió hablando—...no puedes venir conmigo.—Abrí los ojos, asimilando aquella prohibición.
—¿Y por qué no?—pregunté molesta. Se llevó una mano a la nuca.
—Es de negocios de la banda, Eleanor y Danielle tampoco van...—balbuceó. Sonreí. Si era de la banda, entonces no me importaba no ir. 
—Está bien, si es eso, no pasa nada.—Suspiró y sonrió. Me abrazó y en ese momento me llamaron a la puerta. Joseph apareció sin preguntar si podía pasar y comenzó a hablar.
—Kevin date prisa, nos tenemos que ir. Eleanor, Danielle y Rose ya están listas.
Kevin se llevó las manos a la cara. Joseph se dio cuenta de lo que había dicho, se dio cuenta de que Kevin me había mantenido ese detalle en secreto, pero aún así, Joseph miró a Kevin con desaprobación, y yo, con decepción.
—Eres un mierda, Kevin Jonas—solté. Me quité las lágrimas que empezaban a salir, y me fui corriendo de aquella casa.


Presente.


Tras eso, hablamos una vez más por teléfono. Acabé llorando como un bebé, y a él, bueno, pareció no importarle. Pero daba igual. ¿Le gustaba más esa tal Rose que yo? Pues muy bien. Luego me echa en cara que no lo quiero. Hacía un par de horas había estado buscando esa presentación que originó todo esto. Presentación no encontré ninguna, pero una boda de su guitarrista sí. Paul se casaba, y Kevin no me llevó al acontecimiento. ¿Se avergonzaba de mí? Pues yo de él también. Era un viejo. Vale, no lo era. Era perfecto. Pero cuando hacía cosas de este estilo, no entendía el por qué, aunque pudiese ser lógico. Miré por la ventana y vi al vecino en la puerta. No sé por qué, pero, salí a la puerta de la calle para verle. Me miró, y después sacudió la cabeza.
—¿Qué?—grité. Se dio la vuelta, apoyándose en la baranda de las escaleras de su casa.
—Nada—contestó. Rió, y volvió a sacudir la cabeza. Divertida, salí de mi casa y me dirigí a la suya, a su porche. Se sorprendió y rió. 
—¿Estás borracho?—pregunté. Negó con la cabeza.—Entonces cuéntame el chiste.
—Llevo cuatro años viviendo aquí, y ahora te dignas a venir a conocerme—contestó. Sonreí y miré hacia sus ojos, marrones. Me quedé embobada en ellos, hasta que me di cuenta de que me preguntaba algo.
—¿Qué?—pregunté estúpidamente. Rió más.
—Que cómo te llamas—preguntó.
—Skat—contesté sonriendo.—¿Y tú?
—Gee—respondió. Estaba claro que era un apodo. Aunque, igual que lo mío.—En realidad, tú eres Lydia y yo Gerard.
—Diez puntos para Gryffindor—contesté riendo. Rió también.—¿Dónde vas?
—Pues iba a entrar a mi casa, está anocheciendo.—Me sorprendí. 
—¿Cuántos años tienes?—Iba a contestar y le puse la mano en la boca, tapándola.—Tienes diez más que yo, ¿verdad?—Asintió.—Al final, si te conozco de algo. 
—Puede ser—rió.—Tengo que entrar, si no practico, los chicos luego me pegan—sonreí y asentí. 
—¿Qué tocas?—le miré con curiosidad. Llevaba el pelo rojo, unos pantalones negros bastante ajustados, una camiseta de AC/DC y una sonrisa bastante pura en su rostro.
—Toco algo la guitarra, no mucho, lo que he aprendido de mi hermano—contestó—yo más bien canto. 
—¿Cantar?—pregunté. Asintió con sorna.—Yo también. Seguro que mejor que tú. 
—No me hagas reír—contestó.—Demuéstralo.
Le cogí de la mano y abrí la puerta de la casa, como si nos conociésemos de toda la vida. Y la verdad, es que era esa la sensación que sentía en aquel momento. Tomó él las riendas, y sin soltarme de la mano, me llevó al piso de arriba. Parecíamos niños jugando al escondite. Llegamos a su habitación y cerró la puerta. Cogió la guitarra y se sentó en la cama, aclarando su garganta. Le miré, atendiendo a su falta de educación, algo que me gustaba, y me dirigió la vista a una silla que había enfrente, indicando que me sentara allí. Me senté, y le observé. 
—¿Qué vas a tocar?—pregunté emocionada. Rió.
—No tiene título—contestó. Me sorprendí.
—¿Cómo que no?—Negó con la cabeza.—¿Está a medio escribir o qué?
—Exactamente eso—sonrió.—Si hay algo que no gusta, estás a tiempo de decirlo.
Comenzó a tocar una bonita melodía con la guitarra, pero cuando llegó a la parte donde empezaba a cantar, la dejó, y cantó acapella. Decía algo como: Sing it out, boy you got to see what tomorrow brings. —Le miré entusiasmada. La letra no empezaba nada mal, y su voz acapella era preciosa. Tenía talento.— Sing it out, girl, you got to be what tomorrow needs. For every time that they want to count you out use your voice every single time you open up your mouth. —Observé cómo cerraba los ojos al cantar, cómo sentía la música dentro de él, en su mente, en su corazón.— Sing it for the world, sing it for the world. —Aquellos agudos hicieron que se me erizara la piel. Nunca me había pasado algo semejante. Nunca... Sing it for the world, sing it for the world. 
Me miró y dejé de pensar en cosas absurdas. 
—No está acabada, así que no sé qué título ponerle aún—explicó. Me froté la frente y sonreí.
—¿Sing? ¿Te gusta ese?
Me miró y repasó la letra, poco convencido. Poco a poco, fue ensanchando su sonrisa. Me miró y asintió. 
—Es genial—dijo. Alguien entró sin llamar y me giré casi al instante.
—Ge...—me miró el chico de pelo rubio que acababa de entrar—joder, lo siento, no sabía que estabas ocupado. No estaba la seña en la puer...—le interrumpí.
—Y no está ocupado—aclaré—no soy una de sus ligues. Soy la vecina—el chico rubio rió y le tendí la mano—soy Skat, la vecina.
—Yo Mikey—contestó. Asentí.—Gerard date prisa, los chicos llegarán en un rato.
—Sí—contestó borde. Mikey se quedó mirándonos.—Mike, largo.—El chico seguía allí, parado, mirándome.—Mike, que te largues pesado.—Finalmente reaccionó, se puso colorado y salió dando un portazo.
—¿Qué ha pasado?—pregunté riendo. Gerard dejó la guitarra en el suelo y sacó varias canciones más.
—Le gustarás—balbuceó. Ladeé la cabeza y sonreí. Me recordaba a Wolf cuando se ponía celoso. Dejó los papeles sobre la cama y se sentó. Cogió la silla y la acercó hacia él. Estábamos demasiado cerca. De nuevo alguien entró sin llamar y volví a girar la cara.
—Oye, ya llegam...—me miraron—perdón, no sabíamos que estabas ocupado.—Les miré. Gerard me miró, esperando que aclarara esto igual que con Mikey. Pero no lo hice. Me limité a mirar los movimientos que realizaba, cómo hacía cada pequeño movimiento. 
—No estoy ocupado—dijo finalmente—es nuestra vecina, Skat—volví a la realidad, dirigiendo la vista a un chico moreno, bajito, que había en la puerta, acompañado de otro más alto, con el pelo rizado.—Ellos son Frank—el chico en cuestión me saludó con un movimiento de cabeza—y Ray—hizo el mismo movimiento—. 
—Te esperamos abajo—contestó Ray, mirando de forma pícara a Gerard. Éste asintió con la cabeza y, con el sonido de la puerta, me dirigió la vista.
—¿A cuántas tías traes a la semana?—pregunté. Sonrió, colocando sus manos entrelazadas delante de su rostro.
—A unas veinte.—Contestó normal. Abrí los ojos, sorprendida.
—Ni Xerxes se lleva a tantas...—susurré. Rió.
—Es que Xerxes es un crío todavía—contestó. Alcé una ceja. No me extrañaba que lo conociera, éramos pocos los jóvenes en este barrio. Nos conocíamos todos.—¿Bajamos? 
¿Bajamos?—imité.—Creo que es hora de que me vaya—contesté. 
—No, ven a ver el ensayo—propuso. Le miré poco convencida y se puso de rodillas enfrente de mí.—Por favor, por favor—insistió. Negué sonriendo. Se mordió el labio y se acercó a mí.—Por favor...—susurró de nuevo.
Faltó poco para que me besara, pero aparté la cabeza a tiempo. No se despegó de mí aunque no me consiguiera besar. Me susurró al oído: dentro de poco será lo único que querrás hacer. Le miré mientras se levantaba y dije:—No pienso convertirme en otra de tus ligues.


Llevaban más de una hora tocando, y estaban totalmente agotados. Todos tenían muchísimo talento, y debían aprovecharlo tanto como pudieran. Frank le susurraba cosas, supongo que de mí, a Gerard mientras tocaban, y éste sólo se limitaba a reír y negar con la cabeza. A media noche, mientras tocaban "Vampires Never Hurt You", me sonó el móvil. Lo miré, abriendo un mensaje que me habían enviado. El número era desconocido. Pensé que sería algo de spam o algo así, pero no sé por qué, en vez de borrarlo, lo abrí. Venía una foto y una especie de advertencia: 
Esto es lo que hace tu novio mientras tú te quedas en casa.
 Abrí la foto que venía adjunta, y vi a Kevin, besándose con otra chica. ¡¿Besándose con otra?! ¿Podía ser esa la tal Rose? ¡Por eso no quería que fuera! Cabrón. Lo mataba, juro que lo mataba. Apreté tanto el móvil, que me empezó a doler la mano. ¿Por qué? ¿Qué había hecho? ¿Qué estaba ocurriendo? Miré a Gerard, con los ojos empañados. Paró de cantar y todos me miraron. Me cogió de la mano y me sacó de allí, gritando un "hemos acabado por hoy". Salimos al jardín de atrás y me senté, con las manos en la cabeza. 
—¿Qué ha pasado?—preguntó. Le di el móvil, y lo leyó en silencio. Después, observó la foto.—¿Y este es tu novio?—asentí.—Pues vaya un cabrón.
—No me digas...—dije entre sollozos. Me abrazó.
—Eh venga, no llores. Me gusta verte sonreír, ¿sabías?—me susurró. Sonreí, notando cómo se me erizaba la piel. Le miré y la punta de su nariz y la mía chocaron.—No me gusta ver a una chica llorar por gente tan imbécil como él.—Agaché la cabeza y la puse en su pecho, sin hablar.—Vamos princesa, levanta la cabeza que se te cae la corona—dijo. Me quitó las lágrimas y me hizo mirarlo.—Me gustabas más cuando sonreías, de verdad—reí y sacudí la cabeza. 
—¿Tan fea soy como para que se líe con otra?—pregunté. Me acarició la mejilla y negó.
—Eres preciosa, tonta—sonreí.—Lo que pasa es que él no sabe apreciar lo que tiene.
—Será eso...—contesté bajando la vista. Miré el reloj y vi que eran casi las una de la madrugada. 
—¿Dónde es la foto?—preguntó. No quería hacerme daño con esas preguntas, aunque me dolían. Sólo quería saber.
—En una boda—contesté.—No, no me ha llevado—dije. Se llevó una mano a la nuca, e hizo una mueca de asco.
—Un cabrón—dijo. Reí.
—Habló el que se lleva a veinte chicas distintas todas las semanas.—Me miró riendo.
—Qué golpe tan bajo—sonrió.—Al menos, si yo estuviera con alguien como tú, no le haría daño de esa forma.
Me dolía la cabeza de llorar, el corazón lo tenía destrozado, aún más que antes. Le miré suplicante, necesitaba irme a casa. Me levantó y me abrazó todo el camino, aunque vivía en la casa de enfrente. Paramos en la puerta y me miró.
—No llores, ¿vale? Mañana vendré a comprobar que no lo has hecho—dijo. 
—No hace falta—contesté.Me lo he pasado bien, en serio. Muchas gracias, Gerard. 
—No me las des—me acarició.—Buenas noches, Skat.—Se acercó de nuevo a mí, creía que me iba a besar, y, si realmente lo iba a hacer, no pensaba negarme. Donde las dan, las toman, Kevin. Pero en su lugar, me dio un tierno beso en la frente. Se despidió con la mano y entré en la casa. Me dirigí a la cocina, arrastrando los pies, parecía un muerto más que un humano. Un café de madrugada. Una lágrima que resbalaba por mis mejillas. Un recuerdo. Cuánto me gustaría tenerle a mi lado, como siempre lo tenía. Decirle todo, decirle que no me tomara por niña pequeña. Poder abrazarle mientras vemos una estúpida película que no le importa a ninguno realmente de los dos. Pero ahora sólo quedaban las películas. Sólo estaba yo. Ya no hay te quieros. Ya no hay "eres la única". Eso se acabó. Ya no hay fidelidad. Ya no hay promesas. Sólo café. Café e insomnio. Café y lágrimas. Nadie sería capaz de adivinar todo lo que pasaba por mi mente. Cada palabra. Cada momento. Es imposible imaginar cuánto lo quiero, a pesar de todo, cuánto lo echo de menos. Cuánto me gustaría desaparecer para siempre. De cualquier forma. Cuánto me gustaría irme de aquí. De los recuerdos. Los recuerdos son fantasmas. Nunca me han abandonado. Podría nadar en todas las lágrimas que he llorado. No lo hago. Sólo sigo llorando. Cada hora. Cada minuto. Cada segundo. Una lágrima. Dos. Tres más. ¿Y ahora qué? Nada. Sólo esperar. Esperar. Y seguir esperando por algo que realmente no va a pasar. 

lunes, 4 de junio de 2012

| Capítulo doce. |

Fueron pasando los meses, y mi relación con Kevin iba viento en popa, mientras que con Wolf se hundía cual Titanic. El verano se acababa y yo ya no tenía que volver a estudiar, ya que aplacé la entrada a la universidad para más adelante. Tenía un año sabático, por así decirlo. Kevin aprovechó bastante bien ese año sabático, o al menos, esa era su gran idea. Empezamos con un viaje precioso a Venecia, donde nos encontrábamos aún. 
—Amor—susurré.—¿Estás despierto?—abrí bien los ojos, mirando el reloj que se encontraba tras de Kevin, y marcaban las doce de la mañana. 
—Ahora sí—sonrió y abrió los ojos un poco, mirándome. Me acarició la cara.—Buenos días princesa—dijo. Sonreí y me acerqué a él, dándole un tierno beso. Me separé unos milímetros de él, me había vuelto adicta a su respiración en mi rostro, a su perfume, a él.—¿Qué quieres hacer hoy?—preguntó sonriente.
—Mmm...—me mordí el labio y le miré sonriendo.—Quedarnos aquí.
—¿Todo el día?—preguntó asombrado.
—¿Se te ocurre algo mejor?—pregunté yo, lanzando una pequeña mirada picaresca.
—La verdad es que sí...—susurró acercándose a mi cuello. Podía volverme loca entre aquellos besos, ese perfume, y esa respiración en mi cuello. Fue acariciando mi espalda hasta que di con sus intenciones. Inconscientemente le aparté con la mano y me miró sorprendido.—Perdón—se disculpó—no quería... Lo siento.
—No te disculpes—contesté.—No es por ti, ni siquiera es por...eso—expliqué.—Es que yo he tenido una mala experiencia en eso, y...—me interrumpió.
—¿Tienes un hijo secreto?—preguntó. Le miré y estallé en carcajadas.—¿De qué te ríes?—preguntó serio.
—¿Te has oído? ¡Tengo dieciséis años! ¿Cómo voy a tener un hijo?—reí. Me miró chistoso y sonrió.
—Pregunta tonta, lo siento. Si no me quieres contar eso...—le interrumpí.
—Es hora de que lo sepas, ¿no?—asintió dándome la razón y comencé el relato.
Contar mi experiencia con Rev no era algo que amaba hacer, intentaba evitar el tema siempre que me fuese posible, pero Kevin era mi novio, y tenía derecho a saberlo, igual que Wolf. ¿Será por eso que Wolf nunca intentó...ya sabéis...hacerlo conmigo? Siempre que surgía la ocasión la ignoraba e intentaba hacer otra cosa conmigo. Me entretenía con una película, tocando o simplemente hablando. Nunca surgió el tema de aquel día, jamás en todos estos años. Siempre intentó protegerme con eso. Conforme iba contando aquel relato, los ojos de Kevin se abrían más y más. Tenía miedo de que cogiese una idea equivocada de mí. Pero ya había comenzado a hablar, y no había vuelta atrás. Una vez terminado, la habitación de aquel hotel donde nos alojábamos hacía tres días, quedó en silencio. 
—Kevin...—comencé a decir. Me puso el dedo en los labios. 
—¿Por qué no me lo has contado antes? No habría intentado nada...—dijo. Llevaba razón. Dentro de pocos meses haríamos un año juntos, y nunca le había mencionado nada del tema. 
—Tampoco te he contado que no quiero celebrar mi cumpleaños—comenté. Rió.
—Ya hemos hablado de eso, lo celebrarás. Aquí conmigo.—Sonreí.—Volviendo al tema de Rev...Escúchame. Yo no voy a obligarte a nada. Si quieres genial, si no, no importa. En serio, no es algo que desee fervorosamente.—Le miré y ladeé la cabeza. Sonreí y le abracé.
—No me importa que lo intentes—susurré en su oído. Me agarró de la cintura y me separó, haciendo que le mirara a los ojos.
—¿Estás segura?—preguntó. Cerré los ojos con fuerza y los volví a abrir. Asentí y sonreí. Se acercó y comenzó a besarme, mientras volvía a su tarea de quitarme la camiseta. 
—Pero aquí hay algo que falla—dije, haciendo que parase. Me miró confuso.—¿Tú no tenías un anillo de castidad? O algo así leí en Internet.—Sonrió y se sonrojó. 
—¿Sabes para qué es eso?—preguntó chistoso.
—No puedes tener relaciones hasta que no te cases—contesté. Sonrió.
—Pues yo rompo esa promesa si quiero, porque no tengo duda alguna. Dentro de unos años, llevarás mi apellido.—Abrí los ojos, sorprendida por aquellas palabras. ¿Casarnos? ¿Con cuántos? ¿Dieciocho años? Demasiado precipitado. Aunque cada vez faltaba menos para que los cumpliera, el tema de mi posible boda con Kevin, no era un tema que me preocupara en aquel momento.
Tenemos las herramientas necesarias, para volar juntos sin mirar atrás—susurré en su oído. Sonrió y me besó. Y aquello pasó a un siguiente nivel, que como señorita que soy, no voy a desvelar.

Dos días después volvimos a Nueva Jersey, para encontrarnos con los demás. Y, las cosas estaban muy cambiadas, o eso me parecía a mí. Nada más entrar en la casa y soltar la maleta, Catnip me agarró del brazo y me llevó a la lavandería. No hablé en todo el camino, sólo cuando vi que cerraba la puerta.
—¿Qué ha pasado?—pregunté. Asintió con la cabeza. Intentó articular varias palabras, pero no le salía la voz. Sus ojos, se volvían de un blanco radiante a un rojo angustia. La abracé y volví a preguntar.—¿Qué ha pasado, Eleanor?
—Me he besado con Xerxes—articuló como pudo. 
—¿Qué?—grité. Me tapó la boca y hizo un gesto con la mano, pidiendo que bajara la voz.—¿Cuándo ha pasado eso?
—Están de visita, vendrán en un par de horas. Ayer vinieron a visitarnos y sólo estaba yo, porque me dolía la cabeza, todos se fueron, pero Xerxes se quedó. Le hablé del mural de las fotos, de la canción de Demi Lovato, una cosa llegó a la otra, y me besé con él.—La miré con los ojos abiertos y la abracé.
—Y yo que pensaba que lo mío era fuerte...—susurré. Se separó y me miró con picardía. Sonreí y llamaron a la puerta.
—¿Estáis ahí?—preguntó Pipita tras la puerta. Reímos.
—¡Sí! ¡Pasa!—contesté. Abrió la puerta y entró. Me abrazó, mientras Catnip se quitaba las lágrimas. La agarró de los hombros y le dio un beso en la frente.
—¿De qué hablabais?—preguntó Pipita.
—De algo que ha pasado con Kevin—contestó Catnip.—Ya que ya no lo llama Ricitos.
—Idiota—reí.—Se ha quitado el anillo de castidad conmigo.—Solté. Me miraron y sonrieron. Avalancha de preguntas en tres, dos, uno...
—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Cómo fue? ¿Tú querías?—comenzó Catnip.
—¿Así sin más? ¿Sabe lo de Rev? ¿Fue en Venecia? ¿Cuándo pensabas contárnoslo?—continuó Pipita.
—Joder, no me acuerdo de las preguntas—dije. Reímos y escuchamos aporrear la puerta.—¿Quién?—pregunté. 
—¡Nick! ¿Qué hacéis en la lavandería?—preguntó.
—Hablar cosas de chicas—contestó Catnip.—Vete Peeta.
—Me abandonas chica en llamas—contestó él. A Catnip le entró un pequeño rubor y hizo varios gestos extraños.—Te espero con los demás.—Y al parecer, se fue.
—¡Eh! ¿Qué hacéis ahí?—preguntaron desde detrás de la puerta. Al parecer, creo que era Tarou.
—¡Oh vamos!—suspiró Catnip.
—¡Vete Joseph! Ahora salimos—contestó Pipita.
—Estáis en la lavandería—comentó.
—Lo sabemos—dijimos al unísono. Reímos.
—Estas mujeres...—dijo. Reímos aún más y se fue.
—¿Chicas?—preguntaron. ¿Esto era en serio? ¿Se turnaban para pasar por la lavandería?
—¿Qué?—contesté sonriendo mientras Pipita y Catnip me daban un codazo.
—¿Qué hacéis?—preguntó.—Necesito entrar.
—Espera Kevin—contesté sonriendo. 
—Que tengo que echar cosas a la lavadora—insistió. 
—Déjalo en la puerta y lo echo yo.—Catnip rió.
—No—contestó. Suspiré y miré la puerta, como si pudiera ver tras ella.
—¿Por qué?—pregunté.
—Llevo ropa interior en el cesto—contestó. Pipita y Catnip, incluso yo, estallamos en carcajadas. Me llevé las manos a la cara.
—No importa idiota.—Rió tras la puerta.
—Vale, pero no la mires.—Y parecía que ya se iba, cuando añadió—No tardes, futura señora Jonas.
—¿Señora Jonas?—preguntaron Pipita y Catnip a la vez. Me sonrojé.
—Dice que nos vamos a casar.—Reí y me llevé una mano a la cara, tapándome la boca.
—¿Casaros?—gritó Pipita con una sonrisa.
—Ya hablaremos de eso—dije intentando que se me bajara el rubor que tenía.—¿Chica en llamas, Catnip?—pregunté, aún sonando las palabras de Enix en mi cabeza.
—Katniss Everdeen. ¿Dónde tienes la cabeza Rue?—preguntó Pipita, riendo. 
—En Kevin Jonas—contesté con una sonrisa.

—Oye, Rue—me dijo Pipita. La miré con gesto confuso.—Ahora que quedamos tú y yo, ¿podemos hablar de algo?—preguntó. Todos acababan de irse a dormir, y juraría que más de una vez, Pipita intentó hablar conmigo durante toda la noche. Asentí con la cabeza.
—Dime Prímula—contesté sonriendo.
—¿Cuántos años tiene Ed?—preguntó. Abrí bien los ojos con una sonrisa en la cara. 
—Diecinueve—contesté.—¿Te gusta?—reí.
—¡No! Estoy con Joe—contestó. 
—¿Entonces?—pregunté algo más seria.
—Simple curiosidad...—susurró. Sonrió.
—¡Es más que eso!—grité. Me tapó la boca y seguí hablando como pude.—¿Desde cuándo?
—A ver, no te digo que no me guste—comenzó a decir—es guapo, simpático, no sé. Pero...—la interrumpí.
—¿Joe?—pregunté. La respuesta era evidente. Bien Skat, cada día más inteligente.
—En el caso de que quisiera dejarlo por Ed, no podría. He estado tanto tiempo luchando por su amor, que dejarlo de la noche a la mañana por otro chico me resulta estúpido e injusto—dijo. Asentí. Llevaba razón.
—A veces hay que elegir lo que necesitas, y no lo que quieres—comenté. Sonrió.
—Cien por cien de acuerdo con esa frase. Pero...no es tan fácil—contestó. 
—Sí que es fácil. Elegir entre lo que quieres, lo que necesitas o lo que está hecho para ti. Es una decisión...—me interrumpió.
—Elije entre Wolf o Kevin, a ver si eres capaz.—La miré seria. Me miró y puso una expresión de arrepentimiento, no debía haber tocado aquel punto G.—Lo siento...
—No es nada.—Contesté.—Pero son cosas diferentes.
—¿En qué se diferencia?—preguntó. Suspiré y contesté.
—Yo estoy enamorada de ambos.